Javier Navarro Moragas
Hacia mediados del año 1635 el escultor Martínez Montañés es llamado a la corte para la ejecución de un busto de Felipe IV. Su estancia en Madrid permite a su amigo Velázquez la ocasión de inmortalizarlo, efigiándolo en el retrato donde aparece con el objeto de su empresa. Pero en este cuadro, más allá de la apariencia verosímil, el velo del tiempo ha obscurecido la esencia de su discurso, firme alegato contra el sofisma del paragone que desterraba al escultor del edénico recinto de las artes liberales. El hálito vivificador de una hermeneusis razonada habrá de disipar el velo que la enturbia, dejando al descubierto los nítidos perfiles del pensamiento velazqueño hacia la dignificación de la Escultura como Arte Superior.