Javier Navarro Moragas
Una piedra de casi tres millones de años de antigüedad hallada en Kenia en las inmediaciones del lago Turkana nos avisa hoy del amanecer del Hombre. La observación de su forma y superficie es para el observador moderno el preanuncio de una facultad intelectiva expresada en un acto de creación que transfigura la roca natural en herramienta para la subsistencia. Esa sencilla piedra, que contiene la huella inequívoca de un acto inteligente y premeditado, evolucionará luego hacia el ingenio de la nanotecnología, hacia la excelsitud de las ciencias del pensamiento y hacia la sofisticación de las formas del arte. Como aquel célebre monolito kubrickiano, la piedra keniata se yergue en la meseta como un hito del intelecto, epifanía de una especie emergente que jugando incesantemente a ser dios intervendrá los ritmos naturales en propio beneficio dejando con ello, en un largo itinerario de cientos de miles de años, el vestigio de sí mismo y de su espacio cultural.